DESEO, AVERSIÓN Y FELICIDAD
Voltaire “Que la vida sea feliz es consecuencia de la aceptación del dolor”.
La piedra angular de la filosofía budista es que el sufrimiento es el estado de nuestra existencia, que ese sufrimiento se deriva del deseo y la aversión y que existe un camino para liberarnos del mismo.
Deseo y aversión son las dos fuerzas motoras de la evolución de todas las especies. Deseo por aquello que favorece la supervivencia y la reproducción y aversión hacia aquello que amenaza esos dos fines supremos de cualquier existencia. El problema específico de los seres humanos surge cuando aparece nuestra ‘mente’, nuestra conciencia egoica, nuestra diferenciación del resto del universo. En ese momento, el deseo y la aversión ya dejan de ser un automatismo en pos de la supervivencia física y se convierten en un mecanismo de supervivencia del ego, derivando en una mente en estado de continuo juicio, por tanto, de no aceptación de la realidad tal y como es y de resistencia a la misma.
Se desea algo que no se posee, lo que indica que el principio del deseo es una necesidad, un sufrimiento, una falta. Dicho de otra forma: el deseo parte de la necesidad de superar una situación de infelicidad.
Y nuestra mente se va despegando de la realidad misma y vive basada en sus juicios. Nuestro gusto o disgusto, nuestras preferencias y aversiones, ni siquiera están conectadas con nuestra experiencia presente, con el objeto, sino basadas en nuestras experiencias pasadas que generan una inclinación determinada en la mente, una forma de ver y evaluar la realidad.
Además, en la sociedad actual patologizamos cualquier estado emocional no “positivo”. Hay que estar bien todo el tiempo. La tristeza es un desorden mental que puede ser curado con el medicamente idóneo.
Por eso es tan importante desarrollar el mindfulness: la capacidad de ver lo que realmente es, de aceptar sin juicio, de integrar y de descubrir el continuo juego de nuestra mente.
Una vida feliz no es una vida repleta de buenas sensaciones y de emociones positivas y libre de momentos de dolor. Una vida feliz o, al menos, una vida buena, es una vida que procura el bien (para uno mismo y para los demás) y que acepta el dolor (sin añadirle sufrimiento).
Javier Valls