Cortés: “El niño que percibe apego al inicio de la vida es más autónomo de adulto”
“A los padres no se nos dice lo importantes que son los cuidados afectivos en los tres primeros años”, advirtió la psicóloga y terapeuta Cristina Cortés en Club FARO
“El niño que perciba apego y seguridad en los tres primeros años de vida, será más autónomo e independiente de adulto”, aseguró la psicóloga y terapeuta infanto-juvenil especializada en psicotraumatología, Cristina Cortés, el pasado 5 de abril en el Club FARO aunque, según advirtió, “en los primeros años, sí será dependiente”. Atajaba así la duda recurrente entre apego y dependencia de los menores a sus cuidadores. “Aprendemos a ver el mundo a través de los ojos de la persona que nos ha cuidado”, reconoció la experta.
La conferencia giró en torno a la idea del apego –definido como una relación emocional, biológica y psicológica perdurable– y cuya base es el contacto corporal con la madre y el padre en la primera etapa de la vida. “Los niños criados con las dos figuras de apego y cuya figura paterna interviene en los cuidados, tienen más seguridad”, defendió Cortés. La experta fue presentada por la también psicóloga y terapeuta
Victoria Romero, que destacó las claves del libro “Mírame, siénteme. Estrategias para la reparación del apego en niños mediante EMDR”. Aunque las “heridas de apego” se pueden curar en la vida adulta, “el trabajo es muy costoso”, indicó la profesional. Y es que, según explicó Cristina Cortés basándose en varias investigaciones y autores en Neurociencia, “no les transmitimos que les queremos a través del lenguaje, sino con el contacto físico”. Para ello, la psicóloga se valió de una analogía al inicio de la proyección, en la que mostró fotografías de diferentes mamíferos con sus crías. “El cuerpo de la madre es el hábitat natural de cualquier mamífero; por eso un bebé mamífero humano también lo necesita y, es más, se regula a través del cuerpo de su madre”. Se refería así Cortés al contacto piel con piel del bebé con sus padres biológicos, porque ya tras el alumbramiento, la aureola del pezón materno le huele al recién nacido como el líquido amniótico.
En todo caso, la experta reconoció que la mayoría de los problemas surgen de la “ignorancia” de los adultos. “A los padres no se nos dice lo importantes que son los primeros cuidados afectivos en los tres primeros años”, reconoció. Siguiendo con su exposición, explicó que luego, “con siete años nos dicen ‘este niño maneja mal la frustración’…”
La capacidad del menor para aprender a calmarse también tiene que ver directamente, para Cortés, con el número de experiencias de apego bien resueltas por el bebé en los primeros años de vida. Eso sí, cuando más mayores se rompe el estado de sintonía con los progenitores es el adulto quien debe de repararlo, según Cortés y no esperar a que vuelva el niño a pedir perdón.
Otro de los aspectos que desgranó es la expresividad, que pasa de los cuidadores al niño durante el primer año de vida, defiende. “Aquí aprendemos la expresión; el sistema de interconexión social se activa al contacto con otra persona, con un rostro humano, no de una tablet o iphone, porque lamentablemente muchos de nuestros niños hoy en día son cuidados por pantallas”.
“Se están enamorando mutuamente, porque es necesario que se dé ese enamoramiento para superar las duras condiciones que implican criar a un hijo”. “La idea de cuán válido es el niño se va a forjar en los tres primeros años de vida y por eso necesitamos una madre sin estrés. Si tenemos a una madre estresada por su ritmo laboral desde los cuatro meses, va a ser complicado”. Por eso, indicó: “Una sociedad que quiere a los niños debe de preocuparse de cuidar a las madres y a las familias”.
Cristina Cortés asegura que “el bebé no hereda solo la genética, sino la historia materna”. Se refiere así a que también los primeros estados de la mujer gestante son importantes para el desarrollo futuro y de ahí la importancia de no sufrir estrés.
“Mírame, siénteme” es una llamada de atención sobre la importancia del apego, del tipo de relación que los padres establecen con sus hijos, no solo para facilitar el desarrollo de estos, sino también porque constituye el mejor aliado para solventar los problemas y las crisis del niño y se convierte en un elemento crucial en la recuperación de niños o jóvenes cuando por algún motivo pierden el equilibrio y necesitan ayuda psicoterapéutica.
Los casos clínicos que salpican la obra muestran, a modo de ejemplo, cómo la relación paterno filial se convierte en un aliado terapéutico de primer orden. Las intervenciones terapéuticas las realizan desde la perspectiva de la terapia EMDR.
“El niño que ha sido mirado a los ojos por su madre o cuidador con embelesamiento, a la vez que es acogido, mecido y atendido en sus brazos, será luego capaz de sentirse cómodo mirando a los ojos de los demás”, explica en su libro la psicóloga.
Qué ocurre con las miradas entre madre e hijo y la importancia posterior que tienen para aprender a ‘leer’ su mente, también centró parte de la conferencia de la experta navarra.
“Los niños que han sufrido abandono tienen muchos problemas para mirar a la cara”, justificó la terapeuta a la vez que mostraba dibujos realizados por menores con los que trabaja. Al mismo tiempo, uno de esos menores le explicó que la portada del libro –con el perfil de una cara y un ojo– le resultaba “aterrador”.
Eso valió de nuevo para que enfatizase la expresividad de los cuidadores, como “espejo” en el que se miran. Esa evolución infantil se traduce para Cristina Cortés en redes de conexiones neuronales que estarán establecidas hasta la vida adulta.
Al mismo tiempo, la psicóloga no quiso pasar por alto la labor de los abuelos. “Tienen algo que no tenemos los padres, que es tiempo y eso hace que estén más calmados, porque no tienen prisa”, justificó. Al mismo tiempo, pidió rendirles un tributo.
¿Qué es el EMDR que utiliza para atender a sus pacientes? EMDR viene del inglés “Eye Movement Desensitisation and Reprocessing” que significa “reprocesamiento y desensibilización a través del movimiento ocular”. Es una terapia que emplea la estimulación bilateral a través de movimientos oculares, sonidos o toques en el dorso de la mano, para ayudar al cerebro a procesar experiencias traumáticas.