Prescindible compañero en cualquiera de las hazañas que uno quiera emprender en la vida, al menos en dosis que vayan más allá de lo necesario para preservar la integridad de uno mismo.
Agente alterador de nuestro estado emocional, coarta nuestra capacidad de reflexión, desvía nuestro cauce de pensamiento, limita la capacidad de ver al otro en sus necesidades y sus deseos y nos avoca a la toma de decisiones que no acaban por ser las óptimas.
Conquista y reina a sus anchas en los tiempos que corren. Medios de comunicación, políticos, redes sociales y casi cualquier tipo de material multimedia nos lo inocula de manera sutil pero constante.
Paladeamos sus sinsabores constantemente e inconscientemente. Influye en nuestras decisiones en igual medida.
El individualismo y la búsqueda insaciable de éxito imperante en las últimas décadas lo hace más poderoso si cabe ya que extiende sus garras de soledad, anonimato y «mediocridad» a miles de corazones humanos.
En la carrera hacia el progreso perdimos el escudo comunitario, poderosa red frente a la fragilidad humana así como eficaz y potente guerrero contra este ladrón de sombra alargada.
La consciencia de que es nuestro, su efecto en nuestro cuerpo y el sentido que tiene en nuestra historia de vida son las salvaguardas que nos ayudarán a reconocerlo, mirarlo y convivir con él.
Arturo Lecumberri