319 km y una casita en el bosque
319 km separan mi casa en un pueblo de Guadalajara del centro de Vitaliza.
No me gusta conducir pero, cada vez que he iniciado el trayecto hasta Pamplona, he sentido que comenzaba un viaje al encuentro conmigo.
Cuando conocí a Javier Elcarte hace un año en un retiro en Girona, me sentía, con 53 años y mucha terapia y meditación a cuestas, perdido y desesperanzado. No sabía qué hacer, solo que tenía que hacer “algo”. De vuelta a casa recibí un audio suyo. Me ofrecía una oportunidad…»caminamos juntos«, decía. Acostumbrado desde pequeño a sobrevivir en soledad al fondo del bosque, alejado de la luz y calor de la casita que veía en el claro donde parecían vivir felices los demás, aquella invitación me llegó como una tabla en mitad del naufragio. Caminamos juntos…Javier abría la puerta de aquella casa y me invitaba a entrar.
Y no tardé en descubrir que lo que me separaba de mí mismo, de mi niño, de mi alegría, era un paso tan pequeño como enorme parecía el muro que se interponía. Mi corazón latiendo a un paso de mí y mi mente incapaz de encontrar el camino para llegar a él.
Un año de mindfulness, de retiros,de sesiones de «terapia»…de recorrer muchas veces 319 km. Un año de no entender muy bien lo que estaba haciendo y de saber al mismo tiempo que era eso lo que tenía que hacer.
Un año también para dejar un trabajo de alta dirección, que me consumía, en una empresa a la que había dedicado 28 años de mi vida; un año para afrontar mi segundo divorcio.
Y a cada viaje a Vitaliza, a cada encuentro con Javier, sentía que la maleza se iba despejando, que empezaba a vislumbrar y sentir la luz y el calor de la casita del bosque. Que podía mirarla sin sentirme abandonado, sin juzgar a los que reían dentro, sin negarme el derecho a entrar…
Y un día, en Amalurra, Javier me dijo: «¡tú ya estás bien!». Y supe que era cierto. Estaba bien. Había dado ese paso tan pequeño como imposible que me separaba de «estar bien». Había soltado la mochila cargada de desesperanza. Y aún escribo esto con algo de miedo, repitiéndome que, como leí hace no mucho : «la salud no es una meta sino una actitud».
Para dar ese pequeño paso entregué mi tristeza, mi “negarme el derecho a ser uno más”. Para dar ese paso me permití recibir amor y abrazos de tanta gente valiente que conocí en sesiones de mindfulness y retiros.Para dar ese paso salí, guiado por Cristina, al encuentro de mi niño.. Para dar ese paso recorrí, una y otra vez, 319km, para verme con alguien que ponía el amor por delante, caminaba conmigo sin preocuparse de mantener la distancia, se lo jugaba todo en cada momento y no dejaba de proponernos que estuviéramos atentos, que viviéramos conscientes.
Gracias, Javier. Caminamos juntos.
Alberto Coloma