LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE
A lo largo de los años, los y las profesionales de la psicología nos hemos esforzado en ponerle decenas de etiquetas al sufrimiento humano. Lo hemos llamado de muchas maneras: Depresión, ansiedad, esquizofrenia, psicosis, trastorno de personalidad con varios apellidos, … así podríamos hacer una lista de varios párrafos sin llegar a abarcarlas todas. Estos nombres y apellidos quedan registrados tanto en el DSM como en la CIE (las biblias del diagnostico en lo que a afecciones de la mente humana se refiere). Con estos catálogos, los profesionales de la salud mental nos quedamos mas tranquilos ya que nos convencemos de que cumpliendo un número determinado de síntomas, el sufrimiento de una persona se puede clasificar en uno u otro cajón pudiendo colocar en el mismo, afección y remedio. Nos hemos esforzado en detenernos en lo específico de cada sintomatología queriendo creer que cada etiqueta es estanca y excluyente del resto.
Tratando de observar y conocer al detalle lo micro, quizás hemos dejado de atender a lo macro, parándonos en cada árbol y dejando de ver el bosque. Pero existen características comunes, elementos que se repiten cada vez que una persona atraviesa por una situación de angustia. Merece la pena pensar en ellos y tenerlos en cuenta si nuestro deseo último es aliviar este sufrimiento en sus diferentes variantes.
Siempre que una persona sufre, su nivel de activación varía, elevándose para defenderse o huir de esta angustia o colapsando cuando lo anterior no a funcionado. Por tanto, en lo primero en lo que podríamos pensar cuando nos colocamos delante de una persona que lo está pasando mal es en devolverla a un estado de activación que le permita volver a funcionar en su día a día.
Además de esto, siempre que una persona sufre, aumenta el tiempo que la misma pasa desconectada de su cuerpo y del momento presente. La angustia suele transportarnos al futuro o al pasado no dejándonos seguir aprendiendo del ahora y de todo lo que ocurre en el.
Las experiencias que mas nos hacen sufrir, están directa o indirectamente relacionadas con experiencias pasadas que ya nos provocaron en su día un gran nivel de sufrimiento. En aquel momento no contábamos con los recursos suficientes y nos vimos desbordados, quedando el recuerdo almacenado en nuestra identidad como una escisión no integrada en el conjunto de lo que somos hoy en día. Cada vez que alguna experiencia del presente nos conecta con aquello, la angustia se dispara, sin conciencia de que aquí y ahora si tenemos los recursos para poder enfrentar la situación y activando el miedo a futuras situaciones similares que pudieran ocurrir.
Como decíamos antes, merece la pena pararse a pensar en lo común para obtener un punto de vista nuevo que nos ayude a ser mejores profesionales. Si bien es verdad, querer entender el bosque nos arrebata la seguridad que nos ofrece catalogar los árboles y sus características específicas y requiere de una tolerancia y una flexibilidad que hacen que nuestra labor sea algo más incómoda.
Arturo Lecumberri Martínez