Descafeinada esta vida moderna de métrica precisa y objetivos numerosos. Ritmo e imposición que nos encaja en la marea imponente de vivir allá donde nos completaremos, allá donde nos realizaremos, dejando el aquí, abandonando el ahora para soñar con lo probable que pocas veces se transformará en lo real.
Mientras tanto, mientras esperamos, nos quedamos obnubilados y transportados a otro tiempo, débiles por no haber alcanzado lo ansiado y por tanto vulnerables al control de quienes guían y median nuestros deseos y necesidades que cada vez menos tienen que ver con la supervivencia y la felicidad.
Marketing y galería nos arrebataron las palabras dolor, enfermedad y muerte. Incapaces de utilizar el lenguaje para expresar cualquier cosa que se aleje de lo “zen” vivimos prisioneros de nuestros propios tabúes, maltratando nuestros cuerpos que aguantan como ollas bajo la presión emocional que nos negamos a liberar.
Seguiremos alimentando las redes y el futuro con imágenes y proyecciones que generen más sed y hambre de cosas imposibles. Encapsularemos la frustración en nuestros cuerpos castigados y seguiremos transitando por la senda de la patología y el sufrimiento. Hasta nuevo aviso, esta es la inercia …