Llegamos a la segunda semana de confinamiento y la propagación del Covid-19 se muestra con toda su fuerza y letalidad. Nuestro sistema de salud alcanza el colapso en varios puntos de la nación. Los sanitarios, convertidos en auténticos héroes en lucha y defensa de todos, claman por el mínimo material necesario para el ejercicio de su labor en condiciones de seguridad. Cualquier actividad económica queda paralizada como última linea de contención frente a la peor amenaza vista en España desde La Guerra Civil.
Ante este escenario, muchos ciudadanos, a través de sus videos virales llenos de mensajes e iniciativas, muestran unidad, esperanza y sostén para el alivio y beneficio de todos.
Deportistas y músicos crean eventos online para entretenernos. Vecinos ofrecen conciertos improvisados desde los balcones para el disfrute del barrio. Empresarios donan recursos para la lucha contra el virus. Jubilados, inmigrantes, estudiantes comienzan a manofacturar herramientas para nuestros profesionales de la salud.
Olvidamos en esta atípica y difícil coyuntura parte de nuestros neuroticismos habituales y colocamos nuestra energía al servicio de nuestros iguales. Descubrimos que, como individuos no somos tan fuertes, autónomos e imparables como los últimos tiempos nos habían hecho creer y nos ponemos en contacto de nuevo con la fragilidad de nuestra condición humana y la humildad necesaria para habitar en este mundo que nos devoraria en un suspiro si lo habitáramos en soledad.
Como añadido, cuando el ser humano se paraliza, la naturaleza respira y los niveles de contaminación disminuyen a mínimos no registrados en décadas.
Los más naturistas dirán que es ella la que envía este durisimo mensaje y los creyentes colocarán a Dios de mensajero. De cualquier manera está en nosotros escucharlo y reflexionar sobre ello.